lunes, 6 de febrero de 2017

Clientes enfermos, proyectos zombies y otras pesadillas del emprendedor

Dice mi socio que uno no debe de desnudar sus miserias en público porque sus enemigos andarán prestos a hacer leña del árbol caído, incluso si aún no ha tocado tierra. La verdad es que en ese sentido escogió mal compañero de andanzas pues si hay algo que no puedo remediar es, precisamente, eso. Las miserias, como los éxitos, necesito sacarlos fuera, airearlos, ventilarlos, porque así cambian de color, cogen otro rumbo, se vuelven enseñanzas y oportunidades para tomar decisiones. Lo siento por él, sé que no le gustará este texto.


Si algo caracteriza a nuestro proyecto empresarial y lo hace tan distinto y tan sorprendente es su filosofía, neta y verdaderamente centrada en la persona, en lo humano. Digamos que estamos creando un modelo de empresa humanista a la que podríamos etiquetar con el 3.0 o con cualquier otra cosa molona. La etiqueta no viene al caso, sino los hechos. Lo cierto es que lo estamos haciendo, convirtiéndolo en realidad cada día. Al principio, año y medio atrás, intentamos buscar marineros que se subieran a este barco y pusieran rumbo a la aventura. Unos cuantos llegaron y se fueron pues nos pedían manutención, alojamiento y hasta ordenador personal cuando, aquel par de diablos que tenían una gran idea, y sin terminar de dibujar del todo, apenas podían almorzar una caja de galletas del mercadona.

Sin embargo, la vida es justa y parece que nos haya ido proporcionando lo que, y a quienes, necesitábamos en el trayecto. Así fueron llegando personas de un valor profesional, pero sobre todo personal, en cuanto a valores y compromisos, que no tiene parangón en ninguna otra organización que haya conocido en mis ya largos 24 años de carrera profesional. Y llegaron solos, entraron por la puerta de nuestro espacio de coworking buscando una oportunidad para decidir quedarse haciendo una apuesta arriesgada, muy dura de sobrellevar en no pocos casos.

Pero al mismo tiempo también llegaron clientes y proyectos enfermos que han sido (y en algunos casos siguen siendo) lastres pesados de difícil carga que sólo nos aportan agotadores esfuerzos sin ningún tipo de beneficios, claros y directos, tangibles y medibles (que son los realmente útiles). Y sobre eso quería escribir, sobre los lastres que en un determinado momento y en todo ciclo empresarial es necesario soltar. Y lo escribo porque necesito airear, comprimir, exprimir, aprender y re-emprender el camino. Porque la labia no es lo mío, son las letras, en forma de texto o de código, lo mío es la estructura, la planificación, la proyección, el diseño de procesos. Soy bueno, muy bueno en eso. No lo digo yo, lo afirman quienes se acercan a mí y con quienes colaboro. Por una vez, voy a creérmelo. Y mientras me lo creo, aireo un poco esta enfermedad emprendedora para sanar heridas y desengaños y espantar la desmotivación.

En este casi año y medio hemos aguantado psicólogos, funcionarios e inseguros de sí mismos, que al primer medio fracaso o medio éxito nos daban la espalda, eso sí, recogiendo las mieles de la corta relación mantenida. Aguantamos clientes, y seguimos haciéndolo, que no han valorado ni un segundo las muchas horas diarias invertidas en pelear como jabatos por sus marcas, sus productos y sus servicios, no porque pensaran que nuestra labor no lo mereciera, ya que no cabe otro calificativo que el de magistral y reconocer que es de un nivel de calidad superior al de muchas otras empresas... comparándonos con el mercado nacional o internacional... sino por egoísmo, por miseria injustificada, por avaricia desmedida. Hemos empujado como luchadores de sumō proyectos que hacían aguas en lo más indispensable, sin objetivos a largo plazo, sin liderazgo claro, con más sueños que realidades, incapaces de flotar por sí solos. Pero que nunca abandonamos porque como los gladiadores, vencer o morir, eran las únicas opciones viables. Y en no pocos casos se nos terminó achacando su fracaso.

Todo esto acompañado por una nefasta compañía, un tercer socio, capitalista sin capital, temeroso, acobardado e inseguro, que nunca terminó de hacer una verdadera apuesta por empujar de verdad, con compromiso, un modelo de negocio arriesgado, pero que en sólo 12 meses -en la práctica- está demostrando a muchos, a una cartera de clientes satisfecha, a unos competidores sorprendidos y a unas administraciones sobrepasadas, su valía y su innegable futuro. Futuro que sólo se nos escapará, no por falta de mercado o de oportunidades o de competitividad, sino más bien por negligencia interna, por obcecación en sellar alianzas enfermas. Porque, demostramos cada día, que somos competitivos, que aprovechamos las oportunidades y que en mercado, en nuestro sector, está todo por hacer.

Todo eso, bien es cierto, nos ha hecho madurar. Nuestros modelos de trabajo son ahora infinitamente más depurados, hemos ganado en agilidad siendo capaces de poner en la red a una marca en menos de 3 días (en 24 horas las bases completamente asentadas), generando comunidades visibles en 30 días, poniendo en marcha eventos complejos en los que el off se mezcla con el on en 7 días. Lo hacemos y lo conseguimos porque somos ágiles, somos flexibles, somos esponjas para el aprendizaje continuo y hemos desarrollado una eficacia sin igual en el reciclaje de procesos. Somos guerrilleros de la comunicación digital. Y además, de los buenos. Muy buenos. No sólo eso, además somos equipo, un valor escaso en estos tiempos.

Pero hay algo que aún no hemos conseguido, aprender a decir NO, a descargar lastre, a tener la valentía de poner en valor nuestra admirable maestría como grupo profesional, a exigir una justa compensación por nuestro gran esfuerzo diario con cada uno de nuestros compromisos. Cierto es que esta falta de aprendizaje del NO afecta sólo a un pequeño grupo de clientes y proyectos. Al 30%, tal vez, o menos. Pero ese 20 ó 30% suponen un lastre capaz de poner en riesgo al otro 70 u 80% de buenos clientes y de proyectos prometedores. En el mundo de la empresa aquello de la manzana podrida en el saco es tan cierto como peligroso.

En la nueva etapa que se nos pone por delante estoy seguro que decir BASTA, decir HASTA AQUÍ LLEGAMOS, decir NUESTRO TRABAJO TIENE UN PRECIO, será nuestro principal y gran reto como organización de emprendedores. La humildad y la inocencia que nos caracteriza, como uno de los pilares de nuestra misión y visión en la vida personal y profesional, no debe de seguir siendo confundida con incapacidad para poner en su justo sitio aquello que nos caracteriza, la excelsa calidad de nuestro trabajo y la alta capacidad profesional que ponemos sobre la mesa de lunes a domingo, 24 horas al día.

Deberemos de aprender a echar lastre, abandonar a los clientes enfermos en sus propias islas solitarias y lanzar por la borda los pesados proyectos improductivos para poder mejorar aún más, ser mucho más competitivos y dar un mejor servicio a ese 70 u 80% de marcas que confían en nosotros y cumplen con compromiso y seriedad, pagan en su justo tiempo y son liderados por empresarios y emprendedores honestos y trabajadores.

Las luces de colores y las palabras rimbombantes no deberían de hacernos picar más en la trampa de seguir buscando el pelotazo, el proyecto altamente rentable. Porque los pelotazos ya no existen. Son cosa de una época caduca. La búsqueda del pelotazo nos hace perder un tiempo valioso, nos roba energía para lo realmente importante, nos priva de oportunidades para lo que de verdad es rentable. Tenemos que abandonar esos sueños de loterías millonarias detrás de cada persona, o cuatri-persona, que, con toda la buena fe del mundo pero sin ningún compromiso real consigo mismo, se sienta en nuestra sala de reuniones a contarnos sus desvaríos grandilocuentes.

El futuro nos espera. Es grande. No lo estropeemos con memeces.

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